María Dolores de Cospedal, la secretaria general y número dos del PP, no tiene, o simplemente no quiere presentar pruebas para demostrar ante la justicia que, como denunció la semana pasada, el PSOE contrató a detectives privados para espiarla a ella y a miembros del Partido Popular en Castilla la Mancha.
Resulta muy contradictorio que Cospedal siga manteniendo que existen pruebas que demuestran esas acusaciones pero, al mismo tiempo, asegure que no tiene ninguna intención de mostrarlas para probar que su denuncia es cierta. ¿A qué está jugando la número dos del PP? ¿Qué pretende conseguir con todo esto?
Por si fuera poco, se ha mostrado muy tajante en sus intervenciones en los medios de comunicación sobre este asunto y ha asegurado que ella no tiene que llevar ninguna prueba a ningún juzgado. Una vez más, se está contradiciendo. Cuando el PSOE le acusó de lanzar denuncias sin pruebas o, lo que es lo mismo, calumnias, ella aseguró que existían pruebas.
Pero ahora se niega por activa y por pasiva a mostrarlas y a llevar este caso a los tribunales. Sinceramente, creo que ni ella misma se aclara y que no sabe por dónde le da el aire ni, mucho menos, lo que pretende conseguir con este juego absurdo, ilógico, contradictorio e infantil de lanzar la piedra y esconder la mano.
Y tanto lío tiene que, mientras se niega a mostrar las pruebas que demuestren ese supuesto espionaje, al mismo tiempo insta al PSOE a que, si se han sentido ofendidos por sus acusaciones, sean ellos los que acudan a los juzgados para conocer toda la verdad. ¿Y se puede saber cómo la van a conocer si ella no aporta las pruebas que afirma poseer?
Personalmente, creo que flaco favor está haciendo María Dolores de Cospedal a su propio partido con este juego de espías y detectives privados, de acusaciones y denuncias sin pruebas, de calumnias, cuando solo faltan menos de dos meses para las elecciones municipales del 22 de mayo. Porque de esta forma el PP está dando una pobre imagen a la opinión pública y a los ciudadanos que, no nos olvidemos, somos los que votamos y los que tenemos la última palabra.
Fuente | Público