Si se acuerdan de aquellas palabras de Gadafi que dieron la vuelta al mundo en la que no vio mejor manera de salir de lo que era un buen desastre en el que se había metido solo, a causa de una indiscriminada dictadura, y de un abuso de poder más que tangible, aquella en la que acusaba primero a AlQaeda, y luego al mundo de una conspiración a nivel mundial contra Libia, parece que han llegado a oídos de otro de sus amigos, al menos en cuanto cumplen el mismo papel de dictador hipócritamente enmascarado de una falsa democracia.
Hablo evidentemente de Asad, presidente de Siria, que no ha dudado ni un segundo en sacar los tanques a la calle, pero ahora acusa al mundo de una conspiración contra su “reino”. Y si bien a estos personajes poco hay que decirles, porque no están dispuestos a escuchar, quizás en los países en los que por suerte tenemos una democracia, cabría una meditada reflexión acerca de lo que el poder puede llegar a hacer en las personas, capaces de revelarse contra la voluntad del pueblo solo por mantener su silla.
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