Sinceramente, no es que no me crea las lágrimas que han dado la vuelta al mundo ya. Las lágrimas de la actual Ministra de Trabajo en Italia, la señora Fornero. Me las creo, porque en realidad se le ve afectada, pero tengo mil y una razones para afirmar que son lágrimas de cocodrilo. Porque es fácil romper a llorar pensando en el hambre de África, pero más difícil es aún sufrirla como los tantos que la viven en su día a día. Es fácil ser el directivo de una multinacional y decir que pobres los que no llegan con el sueldo mínimo a fin de mes, pero más difícil es vivir como esos pobres. Y es fácil llorar las reformas que un país tiene que hacer para salir de la crisis, pero menos sencillo es vivirlas como el pueblo.
Precisamente por todo eso creo que al menos en cuanto a humanidad, el gobierno italiano ha ganado, porque pasar de cero a algo no era demasiado pedir, pero lo que ya no me ha gustado tanto son todos los comentarios que han circulado en las redes sociales y muchos de los cuales he contestado, acerca de que en España eso nunca pasaría. Y en realidad es como decir que las lágrimas de cocodrilo o no, como prefieran verlo, fuesen a solucionar algo. En realidad los italianos van a ver congeladas sus pensiones a pesar de la inflación, y ni sonrisas ni lágrimas van a cambiar eso.
Evidentemente, no culpo a Fornero, recién llegada al plantel de la política italiana, porque a ella solo le ha tocado dar la mala noticia, la mala noticia que es fruto de tantas y tantas malas gestiones del señor Berlusconi. Y si en Italia, al igual que en España, tuviésemos una ley que hiciese al igual que sucede en la empresa privada, que un mal gestor responda con su propio patrimonio, las cosas mejor nos irían, y no harían falta ni lágrimas de cocodrilo ni sonrisas de fábula
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