A veces es peor el remedio que la enfermedad. En Bélgica, especialmente los jóvenes, se han cansado de esperar, de esperar a que los políticos se dignen a hacer su trabajo, lo que se espera de ellos, lo que se les reclama y lo que ellos deben al pueblo, a la sociedad.
No les están pidiendo un imposible, simplemente les reclaman algo tan sencillo como que gobiernen, que hagan su trabajo, que cumplan con sus obligaciones. Como todo hijo de vecino, nada más.
Aunque, si miramos a nuestro alrededor, ya sea en el extranjero o aquí en España, en nuestro propio país, a lo que está lejos y a lo que está cerca, quizá pensemos que es mejor quedarse igual, no vaya a ser que por querer cambiar las cosas las empeoremos.
Porque está claro que hoy en día la clase política no da precisamente muchas muestras de inteligencia, sacrificio, brillantez, esfuerzo o entrega. Y con este panorama tan desalentador, quizá es mejor no tener clase política, por muy malo que a simple vista nos pueda parecer la falta de gobierno. Porque ya se sabe lo que se dice. Más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer.