Lo de Siria ya no tiene nombre. Ver como el ejército sale a la calle, armado hasta los dientes a combatir al pueblo al que debería, al menos en la teoría representar, aun pueblo cuya principal arma es la ansia de democracia y de libertad, es sin duda algo que no deberíamos permitir. Y no deberíamos permitir que ciertas cosas pasasen en el mundo. Hoy, parece que se ha puesto fin, al menos diplomáticamente a aquel desastre, son varios los países que han pedido a Damasco que cese ya el ataque a la población. Son solo palabras, cierto, pero por algo se empieza.
Y muy probablemente son palabras que al presidente de Siria, al menos, como demuestran los hechos le importarán más bien poco, pero con más de 100 miembros del gobierno que ya han renunciado, con unas protestas que no se paran, y con un ejército que en cualquier momento puede convertirse en aquel que un día fue el héroe de Egipto, si yo fuese el señor presidente de Siria, me pensaría dos veces lo de continuar con esta absurda guerra, porque las guerras contra el pueblo, ya se sabe que tarde o temprano no terminan bien para el gobernante.