El otro día me encontré con un amigo que es hoy en día un licenciado en Económicas con un expediente de 10 y que trabaja en una importante empresa alemana. Esto lo aclaro para dejar claro que no hablamos de alguien sin estudios, políticamente más sencillo de manipular. Pues bien, este chico, se fue con una beca internacional un mes a China. Disfruto de su cultura. Conoció las grandes empresas de Shangai y Pekin, y volvió con la idea que el gobierno chino quiere que el mundo empiece a adquirir. Exclamaba convencido: «¡China no es comunista!»
Un poco aturdida ante semejante reacción en una persona razonable y crítica, intenté hacerle ver que no todo es como parece, y que en realidad le vendieron esa imagen de doble país que tan generalizada está en estos países. O sea que una cosa es lo que ve el extranjero, y otra, lo que ve el nacional. Sin embargo, no le intereso. Siguió en su discurso, que en algunos momentos se llegó a radicalizar y afirmar que veía a China más de derechas que a Francia. En ese momento por mi cabeza pasaron muchas ideas. Y tras escuchar argumentos del tipo que el capitalismo de China (entiéndase Shangai y Pekin) es arrasador y que los empleados chinos cobran 10.000 dólares al mes, pensé que era mejor dejarlo pasar. Mejor dejarlo pasar porque en el momento en que había afirmado que «China no es comunista» ya China le había implantado en su cabeza la imagen que querían que el trajese a Europa.
Y me gustaría vivir en un mundo lleno de personas críticas, capaces de decir si si, pero pensarse dos veces sus argumentos. De no creerse las mentiras que nos cuentan; bien políticos, bien medios, bien empresas particulares. Pero creo que eso será muy difícil.