Imagino que al vicepresidente de la Generalitat de Catalunya Josep Lluis Carod Rovira le hubiera gustado marcharse este fin de semana de Barcelona. Muy lejos. Imagino que le hubiera gustado huir, poner tierra de por medio. E imagino también que hubiera querido aislarse, alejarse de periódicos, radios, televisiones y páginas de Internet. Imagino además que le hubiera gustado poder cerrar los ojos. Muy fuerte. Y taparse los oídos. Para no ver ni oír nada. E imagino que en esa burbuja en la que le hubiera gustado aislarse y refugiarse habría llorado amargamente mientras, lleno de impotencia, rabia y frustración, pensaba: Barcelona, quién te ha visto y quién te ve.
Porque su ciudad, esa que tanto ama, esa que ha defendido con uñas y dientes y esa que ha paseado por todo el mundo lleno de orgullo y amor patrio ya no es lo que era. Ya no es lo que él quería. Carod Rovira ha fracasado y lo sabe. Por eso le duele. Porque él y Esquerra Republicana de Catalunya ya no representan tanto a la Catalunya anticlerial y atea. Pero ni él ni ERC han cambiado. La que ha cambiado es Barcelona. Y eso es precisamente lo que más duele.
Carod Rovira, al menos hasta las elecciones catalanas que se celebran el próximo día 28, sigue siendo el vicepresidente de la Generalitat, pero la ciudad ya no es la Barcelona a la que Rovira representaba orgulloso cuando, en Tierra Santa, jugaba con la corona de espinas y se burlaba de la cristiandad sin miedo a las críticas, a los ataques y a la polémica. Seguro de lo que hacía, de lo que representaba y, sobre todo, seguro de a quién representaba.
A Barcelona, una ciudad que, según él propio Carod Rovira, este fin de semana ha mostrado a todo el mundo que habla una lengua distinta, propia, y todo gracias a la visita del Papa Benedicto XVI para consagrar la basílica de la Sagrada Familia. Una ciudad a la que ahora cuesta reconocer. Una ciudad en la que se ha fijado Joseph Ratzinger y, sobre todo, una ciudad que le ha recibido con los brazos abiertos.
El Papa ha convertido este fin de semana la Sagrada Familia, uno de los símbolos más importantes de Barcelona, en el centro mundial de la cristiandad. Pero ha ido mucho más allá y ha querido volcarse con Barcelona de la misma forma que los barceloneses se han volcado con él. Es cierto que no ha llegado a ponerse la barretina, pero sí ha rezado en catalán. Carod Rovira ha hecho de tripas corazón y ha dado este hecho como muy positivo.
Pero seguro que si hubiera podido huir este fin de semana de Barcelona sus sentimientos hubieran sido bien distintos. Carod Rovira pudo soportar que Aznar hablase catalán en la intimidad, pero esto ya es demasiado. Barcelona, quién te ha visto y quién te ve.