El debate que se nos propone esta semana es un reflejo tan extraño de la realidad como la huelga que vivimos el pasado 29 de Septiembre y que algún comentarista político calificó brillantemente de “huelga de caballeros”. Me parece evidente que hay una desconexión absoluta entre la actuación del gobierno, la huelga y sus previsibles consecuencias.
Durante los casi 2 años que ya dura esta crisis, los sindicatos mayoritarios estuvieron muy cómodos con una política tan absurda como la que gestó el Plan E (ya se nos han olvidado los miles de millones de euros que se tiraron a la basura) mientras se destruían cientos de miles de puestos de trabajo. Una vez que la situación se hizo insostenible, los mercados, pero también Obama, la Unión Europea y el resto de democracias occidentales, exigieron a Zapatero unas medidas que se resistía a tomar. A continuación, los Sindicatos escenificaron su enfado y planificaron una huelga general a tres meses vista. Tan absurdo ha sido todo que la huelga general se convocó entre otras cosas contra una reforma laboral para una fecha en la que ésta ya había sido aprobada por el Congreso de los Diputados, en lugar de hacerlo en la fase previa a su tramitación parlamentaria, como hubiera sido lo lógico.
¿Pero qué es lo de verdad preocupa a los españoles? La ausencia de ideas del Gobierno, más preocupado en llegar a 2012 a cualquier precio que en resolver los problemas que tiene la sociedad española. De ahí su acercamiento al PNV, en una enésima escena de mercado persa: yo te apoyo, si tú me das… Mientras tanto, el PP espera pacientemente sin hacer nada a que Zapatero se ahorque él solito; y lo malo es que con él nos ahorcamos el resto.
Por otro lado, aparte de huelgas, de lo que va la historia inmediata es sobre todo que más allá de ideologías es necesario que en este país comencemos a vivir de acuerdo a nuestras posibilidades reales.
Que es necesario ser más austeros y además demostrar que somos un país serio es algo que poca gente puede negar. Y aunque guste más o menos a los más ideologizados en la izquierda, esos mercados tan demonizados por algunos, no se comportan de manera muy distinta a los bancos que no prestan dinero a los manirrotos o a los que demuestran que no se puede confiar en ellos. Y hay que recordar que uno de los principales problemas de la economía española es, además del paro (en el que somos los auténticos campeones europeos, para nuestra desgracia), el déficit público, que supera el 11 %, 8 puntos por encima de lo que establece el Pacto de Estabilidad. La credibilidad que tenemos como país de conseguirlo en un plazo medio es, por decirlo de una manera blanda, más bien baja…
Las medidas tomadas en mayo por el Gobierno socialista y que estaban detrás de la convocatoria de huelga del 29 de Septiembre no fueron más que una señal enviada por Zapatero a mercados y países desarrollados de que somos un país en el que se puede confiar. De que por encima de los prejuicios ideológicos está la realidad de la situación de crisis que estamos viviendo. No le quedaba otro remedio a Zapatero que tomar unas medidas que contradecían todo lo que había defendido en los últimos años.
Lo lamentable de las medidas tomadas y que se van concretando en el Presupuesto presentado a las Cortes (¡Qué casualidad!), el día siguiente a la huelga, es que aparte de que se tomaron a todo correr y a la fuerza, la mayoría no fueron acertadas. No se puede cargar sobre las espaldas de funcionarios, pensionistas o dependientes el peso de los errores cometidos. Y la reforma laboral aprobada es dudoso que surta los efectos que dice perseguir.
Y para terminar, lo peor de todo es que el cambio de rumbo de Zapatero puede no haber sido suficiente y pueden ser todavía necesarios más recortes o mayores impuestos. Ese es el verdadero problema al que se enfrenta el gobierno socialista y todos los españoles: ¿Incrementamos los ingresos o reducimos los gastos? ¿Hay una vía intermedia? ¿Saldremos de ésta?
Alberto Reyero
Responsable de Estudios, Programas y Formación
UPyD Madrid