Todo el mundo conoce la historia de Shakineh. Esa chica iraní condenada por adultera a la lapidación. Todo el mundo se ha movilizado, y muchas ciudades europeas tienen carteles en sus centros históricos que claman por piedad.
Pero no se trata de piedad, se trata de cambios. Por un lado transparencia judicial y por otro, que no es lo mismo justicia. Los mulás llevan años prometiendo a la prensa internacional la abolición de estos castigos y cada día siguen muriendo mujeres por delitos que en la mayoría de los casos no se han probado, sino que se han admitido bajo tortura.
Por otro lado, y en cuanto a la transparencia, Shakineh fue juzgada en una que no era su lengua, y ni siquiera entendió el veredicto. Además, a mayores, se le acusó de un delito del que fue absuelta en 2006.
Lo único que se puede sacar en claro de todo esto es que el mundo debe movilizarse y pedir a Irán que elimine de una vez por todas esa práctica tan bárbara como es la lapidación. Por otro lado, la reflexión que me viene a la mente es que el único delito que haya cometido Shakineh, sea el de haber nacido mujer, en un país dónde los derechos de las mujeres no existen, o son prácticamente nulos.
